jueves, 17 de septiembre de 2015

El centralismo cultural en el Derecho y las ciencias sociales

                                                                                                                Pável H. Valer Bellota
"Diablo" Danzante en la fiesta de La Candelaria. Puno
Foto: Luis Rodriguez
Las ciencias sociales, de manera tradicional, crean campos oscuros para la investigación, la producción de conocimiento y el debate intelectual. Las ciencias hegemónicas, al servicio de los poderosos, tienen una especial predilección por los temas que les sirven para mantener el statu quo social y para la exacerbación de los mecanismos de dominación.
Un proceso determinado de producción del mundo material “promueve” una particular forma de ciencia, una estética específica, un Estado y un Derecho adecuado a la conservación y al fortalecimiento de la jerarquía. En el dialogo entre el mundo de la producción y la Cultura-Estado-Derecho, el campo jurídico es una forma más de sustentar una especial superioridad de unos sobre otros. En estas tramas de implantación y “normalización” de la hegemonía, la ley se convierte en un discurso con poder de coerción, un discurso deóntico capaz de obligar las conductas, una forma cultural de mandar. La ley y las instituciones de dominio estatal sirven a sus creadores para sustentar sus intereses.
Esa característica conservadora de las ciencias sociales hegemónicas se combina en  muchos países en América Latina con el centralismo cultural. No solo los modelos políticos de los Estados son organizados de manera centralista, concentrando las decisiones políticas más importantes para la vida de los ciudadanos en un foco geográfico, y en un grupo social conformado por personas pertenecientes a las jerarquías económicas. Sino, también, las decisiones sobre las materias que las ciencias sociales deberían escudriñar son tomadas por esos grupos adueñados de los Estados centralistas, de las instituciones productoras de saber, y del poder de nombrar. De esa manera son olvidados, de forma deliberada, los temas de investigación que podrían poner en riesgo el status quo social.
El centralismo cultural contiene una fuerza –un poder de nombrar–  que determina lo que es valioso para el conocimiento y lo que es dogmáticamente apreciable en la investigación social. No es extraño que en países con un régimen político y cultural centralista los temas de la multiculturalidad –que tocan aspectos del malestar de las culturas– sean recluidos en el baúl de las cosas extrañas y olvidadas.
La mayor parte de las sociedades políticas de América Latina promueven un centralismo cultural en medio de sus realidades nacionales multiculturales. Son sociedades en los que los discursos políticos criollos, y el imaginario hegemónico, dibujan un Estado con una sola lengua, una sola cultura, una única ciencia oficial; cuando sus escenarios están caracterizados por la existencia en un solo país de varias naciones: originarias y nuevas, indígenas y criollas, rurales y urbanas.
Volumen 4 de "Pluralidades"
El Derecho y las ciencias que lo estudian no escapan de esta dicotomía de desconocimiento enfermizo de la multiculturalidad. La jurisprudencia propia del centralismo cultural busca dotar de herramientas teóricas a la legitimación de los discursos e imaginarios monoculturales. Para esta visión de las ciencias del Derecho no existe el pluralismo jurídico, la multiculturalidad de la sociedad no debería ser materia que conmueva a las normas jurídicas del Estado. Para este enfoque rancio, el Derecho debe contener únicamente normas y mandatos y, además, debe investigar con unos tapaojos que permitan mirar solo la letra negra de las normas jurídicas, que admita indagar y conocer solo la ley, el código y el reglamento. Así,  las relaciones entre las culturas son un tema vedado del ámbito jurídico y es expulsado de la investigación oficial que la Academia promueve. 
El centralismo cultural busca la instauración de una sola nación en países multiculturales, propone un proyecto quimérico de “perfección cultural” –a imagen de sus patrocinadores– que no es defendible desde una elemental teoría de la democracia. Es más bien un propósito autoritario que busca implantar la dictadura de un solo grupo étnico nacional: fundar un autoritarismo político-cultural que oprima a los pueblos considerados “minorías”.

En este contexto oscuro es como la luz de una ventana trascendental la circulación de Pluralidades,revista para el debate intercultural, que este año (2015) alcanza su cuarto volumen. Su publicación es hecha desde Puno, una ciudad pequeña alejada miles de kilómetros de Lima, la aplastante capital política –simbólica y cultural– del Perú, por intelectuales interdisciplinarios. Este grupo de discusión busca, mediante varias actividades de proyección social, que se reconozcan derechos fundamentales a través de una interculturalidad emancipadora y se refunde la legitimidad del modelo político a través del regreso a las raíces culturales andinas.
Pluralidades, revista para el debate intercultural, pretende crear herramientas teóricas para fundar una sociedad diferente a la propuesta del centralismo cultural, y en esta tarea se embarca en análisis y discusiones desde varias disciplinas. De hecho, la emancipación de las culturas originarias no es una tarea que pueda pensarse desde una sola visión, sino requiere de perspectivas que van desde la filosofía política al Derecho, desde la antropología a la crítica postcolonial feminista, etc. con la intención de incluir a todos y todas las criaturas de estos reinos múltiples en sus naciones y culturas.
El debate desde las ciencias del Derecho tiene que enriquecerse con los aportes de otras ramas del conocimiento. El primer artículo de esta revista (escrito por Boris Espezúa, jurista y poeta puneño) tiene un contenido de Derecho Público, centrado en la necesidad de tomar en cuenta la identidad cultural para hacer posible una interpretación de la Constitución Política abierta al punto de vista y a las necesidades culturales de los ciudadanos de a pie ¿Pero cómo hacer esta interpretación sin conocer los significados de las culturas? Para esto Pluralidades agrupa reflexiones en torno a la coexistencia de “sociedades paralelas” (de Pino y Riquelme),  a cerca de la “felicidad sostenible y racionalidad” (de Ramos Lucana), sobre “ordenamiento territorial” (de Escalante Solano), e “interculturalidad y descolonización feminista” (de Medrano Valdez), además de una interesantísima entrevista a Javier Medina, el destacado intelectual fundador del Instituto de Historia Social Boliviana.
Leer estos textos dotados de una ejemplar intención contraria al centralismo cultural, escritos para convertirse en propuestas contra-hegemónicas, es un acto para la libertad, es, sin duda, una de las hermosas micro-revoluciones individuales y permanentes que la emancipación social necesita.