lunes, 7 de octubre de 2013

Albert A. Giesecke (1883–1968): La modernización indigenista de la Universidad

                                                                                                                Pável H. Valer Bellota
Giesecke (con sombrero blanco) en Cusco 1911
Foto: Archivo Alberto Giesecke
Había cumplido 27 años cuando llegó a Cusco, nombrado rector por el propio presidente de la República. Encargado de reabrir la Universidad Nacional de San Antonio Abad, recesada por el gobierno para aplacar a los estudiantes que se habían rebelado contra los métodos de enseñanza anquilosados, la compadrería como procedimiento de nominación de docentes, y habían propuesto participar directamente en su administración, Albert A. Giesecke, nacido en Filadelfia (USA), se hizo cargo del rectorado -y de esas propuestas insólitas- a finales de febrero de 1910.
Después de instruirse en la Universidad de Pennsylvania, había investigado en las Universidades de Londres, Berlín y Laussane, y obtenido el doctorado en economía en la Universidad de Cornell. Al llegar al centro del mundo quechua, hablaba inglés y alemán como idiomas maternos y era experto en latín, francés y castellano. En aquellas universidades fue alumno de afamados catedráticos de economía y ciencia política de la época, que lo habían interesado en estudios del comercio con América Latina. Venía influenciado por esas experiencias y, de manera especial, por el pragmatismo del filósofo norteamericano William James. 
El nombramiento de Albert A. Giesecke desató enconadas críticas políticas, hasta la medida que tuvo que sortear el pedido de interpelación del Ministro de Educación, por parte del Congreso de la República. Al parecer la ley universitaria de entonces exigía tener 30 años para ser rector. Finalmente, el jefe de gabinete renunció, pero por razones distintas a esa designación, y el asunto espinoso del gringo nombrado Rector en Cusco pasó a segundo plano.
El establishment cusqueño, incluidos los estudiantes, recibió al nuevo rector con recelo y cortapisas. Cinco semanas después de comenzar el rectorado, el Prefecto del Cusco cedió el local de la universidad para que sirviera de cuartel a la tropa reclutada por el ejército para hacer frente a una escaramuza con Ecuador. Era domingo 3 de abril cuando le fue notificado el mandato de desalojo. Albert A. Giesecke envió un telegrama al presidente Leguia quien, luego de media hora, derogó esa orden; había aceptado el rectorado con la condición de contar con el apoyo incondicional del gobierno. La rapidez en la solución del cierre militar de la universidad le ganó la fama de arreglar directamente asuntos de Estado con el Presidente Augusto B. Leguía, desde la humilde oficina del telégrafo provinciano.  
A partir de entonces fueron 14 años en los que administró la UNSAAC dando continuidad democrática y haciendo efectivas las reivindicaciones de la primera reforma universitaria de América (1909).  Burlando la oposición de la élite conservadora cusqueña, abrió sus puertas a toda persona que tuviera aptitudes para estudiar, logró que la universidad admitiera a las primeras mujeres con derecho a recibir todos los títulos y grados académicos. A diferencia de los aristocráticos rectores, Albert A. Giesecke fue muy cercano a los estudiantes: casi a diario, a las seis de la mañana, se le podía ver jugando partidos de futbol, tenis y básquet con ellos.
Envolvió a la universidad en un intenso proceso de modernización a la vez que recuperaba lo mejor de la tradición histórica original. Renovó la biblioteca, reformó los métodos de enseñanza e hizo más estricta la exigencia académica. Contrató como docentes a los mejores alumnos, atrajo a los valores más selectos del medio, sin condicionamientos pero con una orientación: que se estudiara el entorno, que se investigara el contexto social concreto que rodeaba a la facultad. Se hicieron frecuentes las excursiones académicas de investigación a las afueras del Cusco, la universidad escolástica fue dejada de lado, reorientando la mirada de los estudiantes más allá de únicamente los libros y las doctrinas teóricas.
Retrato Albert A. Giesecke ¿1910?
Foto: Archivo Alberto Giesecke
La apertura y la reorganización lograron que la universidad descubriera la realidad peruana: el indígena, el problema de la tierra, la identidad cultural, los planteamientos y el debate sobre la construcción de la nación surgieron como campos novedosísimos para la ciencia. Hizo el primer censo del Cusco, se comenzaron a estudiar los monumentos arqueológicos, el inka antiguo fue ligado con el indio contemporáneo. Desde estos nuevos descubrimientos surgieron los pensadores indigenistas metódicos, nacieron los “nuevos indios”, la llamada “generación de la sierra” que ejerció influencia intelectual durante varias décadas.
Las nuevas ideas se divulgaron a Perú y parte de América gracias a la Revista Universitaria que fundó y comenzó a publicar en 1912. Junto a ésta, Albert A. Giesecke hizo aportes trascendentales a la revalorización del patrimonio cultural prehispánico. Compró para la universidad la colección que Jose L. Caparó Muñiz había juntado en cincuenta años de investigaciones arqueológicas en toda la región y con ella fundó el Museo Arqueológico del Cusco, una muestra preciosa y única del gran nivel civilizatorio alcanzado, hoy llamado “Museo Inka”.    
En 1920, condujo personalmente desde Lima a los delegados que participaron del Primer Congreso de Estudiantes del Perú. Se encargó de organizar su alojamiento –albergó en su propia casa a los lideres–, y logro que el gobierno provea una subvención diaria para todos los asistentes durante las dos semanas que duró el evento. Jorge Basadre, el gran historiador, estuvo entre los delegados: “No olvido la sorpresa que me causó ver cómo Giesecke estaba cerca de los alumnos al extremo de practicar deporte al lado de ellos en contraste con el estiramiento de los catedráticos de Lima y constatar luego la modernización y la ampliación que efectuó en San Antonio Abad”[1]. El Rector de la Universidad del Cusco fue elegido presidente honorario del Congreso de Estudiantes por abrumadora mayoría.
En 1923, después de 14 años, decidió dejar el rectorado: la modernización indigenista había sido concluida con éxito. Sin embargo, fue casi imposible para Giesecke desligarse del Cusco. Se había casado con Esther Matto, una mujer vinculada a sus familias más prominentes, y tenido dos hijos que nacieron allí. Pero sobre todo había sido capturado por la magia, la multiculturalidad, el recuerdo y la promesa histórica de la Ciudad Puma. Llegó a ser su alcalde varias veces.  
Su curriculum como Rector de la universidad del Cusco era atractivo para todo intelectual, patronato o expedición que llegara al Perú a seguir la pista de los Inkas. Se le voceaba incluso como posible primer descubridor de Machupicchu, antes de Bingham, quien solamente habría seguido las instrucciones de Giesecke para llegar a la ciudad perdida[2].
En 1949, por ejemplo, acompañó a Axel Wenner Gren a cuya Fundación había recomendado investigar y recuperar de la maraña Wiñaywayna, Phuyupatamarqa y Sayacmarqa  –tres hermosas ciudadelas monumento inkas cercanas a Machupicchu. Gestionó que la Universidad del Cusco declarara al mecenas doctor honoris causa, por sus aportes a la arqueología, y consiguió que él, en agradecimiento, financiara la creación y el funcionamiento inicial del Departamento de Arqueología, contratando a John Howland Rowe como su primer director.  
Es poco el espacio para describir las actividades extrauniversitarias de Albert A. Giesecke. Convenció a un viejo investigador alemán de Lambayeque para que cediera su colección de 6 mil piezas de excelente calidad, y su propia casa, para fundar el acreditado Museo Brünning (1924).  Adquirió la colección de Victor Larco Herrera para instituir el Museo Nacional de Arqueología y Antropología (1924). Dirigió las primeras excavaciones arqueológicas en Pachacamaq y Cajamarquilla (Lima, 1938). Preparó y organizó la visita de investigación en Cusco de Arnold Joseph Toynbee –el encumbrado historiador de las civilizaciones (1950). Acompañó personalmente a Charlton Heston cuando filmó en Cusco “El secreto de los Incas” (1954). Promovió el turismo facilitando la llegada de los primeros aviones y publicando las inaugurales guías del Cusco.  Fue Director general de Educación del Perú, y agregado de la embajada de los Estados Unidos.
Pero sobre todo fue de esas personas que, teniendo la promesa de un futuro brillante en su lugar de origen, deja todo para descubrir, a miles de kilómetros, que tradición y modernidad pueden conjugarse bellísimamente, que se puede construir una Universidad que irradie al infinito nuestro conocimiento desde un pueblecito instalado en la enormidad los Andes. ¿Quién puede decir que el gringo Albert A. Giesecke, nacido en Filadelfia de padres alemanes en 1883, no es como Saturnino Willka, un ser oriundo, trascendental, que germinó nuevamente en el mismo ombligo quechua de nuestro mundo? Finalmente, uno reformó la Universidad y el otro lideró la reforma agraria.


NOTA:  Los detalles históricos y fotografías para este artículo fueron tomadas del libro:
RUBIO CORREA, Marcial A.; Albert Annthony Giesecke Parthymueller: “El más peruano de los norteamericanos”; Ed. Alberto Giesecke Matto, impresión Nova Print, Lima 2007.



[1] BASADRE, Jorge; La vida y la historia; Ed. Industrial Gráfica S.A, Lima 1981
[2] GADE, Daniel W.; “Albert A. Giesecke (1883–1968) A Philadelphian in the Land of the Incas”;  Expedition;Vol. 48 Nº 3, University of Pennsylvania Museum of Archaeology and Anthropology; Winter 2006.  Disponible en: http://www.penn.museum/documents/publications/expedition/PDFs/48-3/Gade.pdf  [accesado 6/10/2013]